jueves, 24 de noviembre de 2011


Dos espejos distintos. Dos personas distintas. Dos cuerpos distintos. Dos sentimientos distintos, el de ella que se arreglaba alegremente su precioso rostro  delante del espejo y yo que intentaba mejorar lo que pudiese del mío. Me perdí en mi rostro y sentí asco al verlo. Volví a la realidad, volví a aquel baño me fijé en ella  sin parar de arreglarse el pelo, me acerqué desganada a su lado y de vuelta a las comparaciones. Ella… preciosa y perfecta como siempre, había cambiado mucho desde tercero y cada día estaba más guapa pero… ¿y yo? Me fijo cada dos por tres en fotos de hace dos o un año y no veo cambio alguno, sólo que día a día mientras otras cambian y van mejorando de aspecto, yo me voy quedando atrás siempre estoy igual, sin ningún cambio. La seguí mirando con ojos de inferioridad y sentí a la vez un poco de envidia, mis ojos ocultaron la tristeza de querer ser igual que ella y mi mano ocultó un golpe que quería dar a ese espejo, romperlo y hacerlo añicos, aunque entendí que por muchos espejos que rompiese yo siempre sería igual y nada cambiaría.

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