Dos espejos distintos. Dos personas distintas. Dos cuerpos
distintos. Dos sentimientos distintos, el de ella que se arreglaba alegremente
su precioso rostro delante del espejo y yo
que intentaba mejorar lo que pudiese del mío. Me perdí en mi rostro y sentí
asco al verlo. Volví a la realidad, volví a aquel baño me fijé en ella sin parar de arreglarse el pelo, me acerqué
desganada a su lado y de vuelta a las comparaciones. Ella… preciosa y perfecta
como siempre, había cambiado mucho desde tercero y cada día estaba más guapa
pero… ¿y yo? Me fijo cada dos por tres en fotos de hace dos o un año y no veo
cambio alguno, sólo que día a día mientras otras cambian y van mejorando de
aspecto, yo me voy quedando atrás siempre estoy igual, sin ningún cambio. La
seguí mirando con ojos de inferioridad y sentí a la vez un poco de envidia, mis
ojos ocultaron la tristeza de querer ser igual que ella y mi mano ocultó un
golpe que quería dar a ese espejo, romperlo y hacerlo añicos, aunque entendí
que por muchos espejos que rompiese yo siempre sería igual y nada cambiaría.
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