Absorta en mis pensamientos como de costumbre, con la mirada
perdida, con la mente en el cielo y mi cuerpo en la tierra. Me fijé en las
botas que había dejado bien colocadas en el suelo, una se mantenía doblada y
sombría y la otra estaba firme, ocultando a la otra. De pronto, mi mente dejó
de estar en las nubes y volvió a la tierra. Me quedé observando las botas
durante un buen rato y seguidamente me di cuenta de que hasta ellas me lo decían.
La del pie derecho ocultaba a la otra que estaba doblada, esa que estaba
doblada era yo… Mientras que ellas son mucho mejores que yo y muy superior a
mí, yo me mantengo como la bota doblada que está oscurecida por otra que son
mucho más firmes y mejores que yo.
Después de esa reflexión, comencé a estudiar. Cuando terminé
me levanté de donde estaba sentada y me miré en el espejo que estaba en mi
habitación, me acerqué y sin motivos unas palabras inundaron todos mis
pensamientos: “Tú odias todo de mí… Atentamente: El espejo.” Seguidamente de esas palabras, mi yo interior
apareció mirándome con una expresión de asco e intimidante. Sus palabras fueron…
“Da igual lo mucho que creas parecerte a ellas, nunca lo conseguirás, siempre
serás así: inútil y horrorosa” Una y otra vez se repetían aquellas palabras que
me hacían mucho daño, palabras a las que debería de estar acostumbrada ya que
se repiten día a día. Siendo día a día la misma persona que va arrastrando un
espejo en su vida…
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