Y allí estaba ella. Con ojos que estaban a punto de estallar en lágrimas. Se detuvo delante de aquel armario y con algo de miedo cogió algo tan beneficioso como letal y fue corriendo a su cuarto. Se sentó y puso música, aunque para ella seguía sonando aquella sinfonía de Requiem. Con manos temblorosas cogió una detrás de otra y fue tragando hasta diez como mucho o como pensaba ella "como mínimo". Rogándole a aquel Dios, en que ella no creía en absoluto, que se la llevase lo más pronto que él pudiese...
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