Con el Ipod en mi bolsillo, perdiéndome en la calidez de la música frente a un enorme frío de invierno. Con mi cabeza agachada y escondiéndome en mi larga melena ocultaba unas lágrimas que habían comenzado a salir hace una hora atrás. Con el silencio de la noche, me sumergí en los rincones más desconocidos que yo había visto jamás. Eran las once, el teléfono no había parado de sonar. Unas llamadas eran desde el móvil de mi padre, otras de mi madre y algunas de amigos; sin darle importancia a su preocupación seguí avanzando perdiéndome aún más de lo que ya estaba.
Y de repente lo vi. Un camino de arboles con las típicas luces de navidad, tenía la sensación que habían estado toda la vida allí para esperarme. Con una sonrisa en la cara me sumergí en la magia de aquellos árboles, pese a mi negativo gusto por la navidad, disfrutaba como nunca y entonces ahí la vi. Alta, imponente, muy superior a mí; ahí estaba una gran noria. Como una niña pequeña corrí hacia ella, tenía muchas ganas de montarme en ella. Me sorprendí al no ver a nadie por allí, ni al señor que siempre te da el ticket, simplemente al llegar la noria se paró y me dejó entrar. Sola... sin nadie en ningún otro asiento, en la imponente sólo estaba yo. Miraba con delicadeza las luces de la ciudad, maravillada por aquel juego de colores brillantes, pero, con extrañeza observé que no había ninguna persona, todo estaba vacío... Con la mirada fija me dí cuenta que estaban apareciendo en mi interior recuerdos desagradables que se reproducían una y otra vez lentamente y otros muy felices que pasaron veloces, sin poder deleitarme de ellos. Cada vez más y más lentamente los desagradables se convirtieron en los más amargos de mi vida. Temblaba, lloraba y gritaba en aquel sitio tan alto; el móvil sonó nuevamente pero no eran mis padres era ÉL. Con la mano temblorosa pulsé el botón de llamada y sin dejarle formular la típica pregunta de que dónde estaba, con un susurro le dije: "Perdóname por todo, adiós. Te amo...". Y en lo más alto de aquella noria, con el alma fuera del cuerpo, salté...
Y de repente lo vi. Un camino de arboles con las típicas luces de navidad, tenía la sensación que habían estado toda la vida allí para esperarme. Con una sonrisa en la cara me sumergí en la magia de aquellos árboles, pese a mi negativo gusto por la navidad, disfrutaba como nunca y entonces ahí la vi. Alta, imponente, muy superior a mí; ahí estaba una gran noria. Como una niña pequeña corrí hacia ella, tenía muchas ganas de montarme en ella. Me sorprendí al no ver a nadie por allí, ni al señor que siempre te da el ticket, simplemente al llegar la noria se paró y me dejó entrar. Sola... sin nadie en ningún otro asiento, en la imponente sólo estaba yo. Miraba con delicadeza las luces de la ciudad, maravillada por aquel juego de colores brillantes, pero, con extrañeza observé que no había ninguna persona, todo estaba vacío... Con la mirada fija me dí cuenta que estaban apareciendo en mi interior recuerdos desagradables que se reproducían una y otra vez lentamente y otros muy felices que pasaron veloces, sin poder deleitarme de ellos. Cada vez más y más lentamente los desagradables se convirtieron en los más amargos de mi vida. Temblaba, lloraba y gritaba en aquel sitio tan alto; el móvil sonó nuevamente pero no eran mis padres era ÉL. Con la mano temblorosa pulsé el botón de llamada y sin dejarle formular la típica pregunta de que dónde estaba, con un susurro le dije: "Perdóname por todo, adiós. Te amo...". Y en lo más alto de aquella noria, con el alma fuera del cuerpo, salté...
No hay comentarios:
Publicar un comentario